A pesar de contar con múltiples beneficios para la salud, no todos conocen la historia del Biocircuito de Eeman. Aprovechamos para que conozcas algunos de sus detalles.
En 1915 la Primera Guerra Mundial desgarraba a todo el continente europeo y también a sus colonias. Según cuentan Leslie y Terry Patten, un joven piloto del Cuerpo Real de Vuelo se preparaba para despegar. Tras verificar su tablero de instrumentos, se enfiló hacia la pista de despegue e inició el ascenso. El avión escasamente había tomado altura cuando el tubo de combustible explotó y el aparato se fue a estrellar contra las barracas de la fuerza aérea. El avión quedó reducido a escombros, pero el piloto, de 27 años, llamado Leon Ernest Eeman, aunque seriamente herido, había sobrevivido. Tenía destrozado el omóplato izquierdo y una concusión severa.
Después de su recuperación, Eeman reinició sus vuelos en Egipto, Sudán, Grecia y Francia, hasta 1918, año en que fue admitido nuevamente en el hospital con una serie de síntomas atribuibles al accidente que había sufrido en 1915. Entre marzo de 1918 y agosto de 1919, Eeman permaneció en cinco hospitales diferentes. Al ser dado de alta, se le consideró «100 % incapacitado, incompetente de por vida para realizar cualquier tarea».
Eeman escribió más tarde: «Después de permanecer unas semanas en la cama de un hospital, logré poner en claro dos aspectos: el primero era que me encontraba tan enfermo y sufría tal grado de dolor que consideraba no poder vivir mucho tiempo, y el segundo, que en el caso de llegar a recuperarme, tendría que actuar por mí mismo, ya que ninguno de los diferentes tratamientos físicos que había recibido había conseguido aliviar ni mis agudos dolores de cabeza y espalda ni el insoportable insomnio provocado por una lesión en la cabeza, o el debilitamiento que había resultado de realizar vuelos de guerra en cuatro países distintos, y, para completar el cuadro, los malestares propios de la disentería y la malaria. Concentré todo aquello que quedaba de mí en el deseo de recuperarme y realizarlo por mis propios medios, ante los fracasos de la medicina alopática. Este deseo se volvió tan intenso, que una mañana, no obstante lo débil que me encontraba, golpeé salvajemente la mesa que estaba a un costado de mi cama y le grité a mi asistente que ‘Fuera de lo que todo el mundo piense, me iba a reestablecer por completo, aun cuando me llevara diez años hacerlo’. El asistente me respondió lo siguiente: ‘Señor, ¡el día que usted se muera también lo va a tomar a broma!’ Nunca olvidaré sus palabras de doble sentido».
El plan que Eeman había concebido para recuperarse poco a poco comenzó a tomar forma. Mientras estaba en el hospital, le vino a la memoria un consejo que Jesús expresa en el Nuevo Testamento: «Cura a los enfermos mediante la imposición de las manos».
Eeman se preguntó por qué Jesús puso el énfasis en las manos para la sanación. Y además se cuestionó por qué utilizó el plural manos, y no el singular mano. Allí Eeman concluyó que los seres humanos somos organismos bipolares.
También observó que el cuerpo realiza la mayor parte de su trabajo regenerativo durante el sueño, cuando tiene toda la energía a su disposición.
La idea de Eeman comenzó a formarse con mayor claridad. Para él, los seres humanos irradiamos energía, y esta energía irradia con mayor potencia o se acumula sin demoras en áreas específicas del cuerpo. Estos sitios pueden enlazarse entre sí para crear un circuito que incremente los procesos de recuperación y produzca un flujo de energía.
De acuerdo a sus observaciones, Eeman creó un circuito cerrado, utilizando el cobre como su conductor. Eeman denominó a su innovador diseño, el circuito de relajación, el mismo que le permitió curarse de sus dolencias y desarrollar una vida normal, además de sanar a cientos de personas.
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